24.8.10

Discomancia no. 39 Para escuchar con audífonos...

Cuando entro en mi audífono, y ya nada es lo mismo
porque el silencio del afuera amortiguado
por los aros de caucho que las manos ajustan
cede a un silencio diferente,
un silencio interior, el planetario flotante de la sangre,
la caverna del cráneo, los oídos abriéndose a otra escucha,
y apenas puesto el disco ese silencio como de viva espera,
un terciopelo de silencio, un tacto de silencio, algo que tiene
de flotación intergaláxica, de música de esferas, un silencio
que es un jadeo silencio, un silencioso frote de grillos estelares,
una concentración de espera (apenas dos, cuatro segundos),
ya la aguja corre por el silencio previo y lo concentra
en una felpa negra (a veces roja o verde), un silencio fosfeno
hasta que estalla la primera nota o un acorde también adentro,
de mi lado, la música en el centro del cráneo de cristal
que vi en el British Museum, que contenía el cosmos centelleante
en lo más hondo de la transparencia,
así la música no viene del audífono,
es como si surgiera de mi mismo,
soy mi oyente,
espacio puro en el que late el ritmo
y urde la melodía su progresiva telaraña en pleno centro de la gruta negra....
Julio Cortázar, "Para escuchar con audífonos", Salvo el crepúsculo

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